viernes, 7 de septiembre de 2007

Nuestra comunión…


Recuperamos los dos artículos que bajo este tema se publicaron en el número 1 y 2 del boletín Koinonía, como un breve comentario sobre la comunión cristiana, que establecía la manera en que se entendía el término griego que está integrado en la cabecera de esta revista, y que daba nombre a aquel humilde boletín, del que esta revista se considera continuadora.


Aunque el tema de la comunión cristiana es conocido, muchas veces uno se pregunta si ese conocimiento es correcto, conforme a las Sagradas Escrituras, al ver como se plasma en la realidad.

Comunión con el Padre, y con su Hijo, Jesu-Cristo
Aunque el tema de la comunión cristiana es conocido, muchas veces uno se pregunta si ese conocimiento es correcto, conforme a las Sagradas Escrituras, al ver como se plasma en la realidad.
El apóstol Juan, inspirado por el Espíritu Santo, afirma que la base para toda “comunión entre cristianos” se encuentra en una comunión verdadera y personal “con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”.
Ello nos plantea una primera pregunta: ¿Lo que nosotros llamamos y practicamos como “comunión cristiana” tiene el fundamento que menciona el apóstol Juan? ¿Tiene ese punto de origen?
Particularicemos en nosotros mismos, en ti y en mi, y examinemos si poseemos esa comunión con el Padre y con el Hijo.
Un poco más adelante en la carta, el apóstol Juan nos dice: “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiación por nuestros pecados”. Y, “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios…” (1Jn 4.10; 5.1a).
Para tener a Dios como Padre es imprescindible ser engendrado, ser nacido de Dios; pues lo que es nacido de la carne, carne es (Jn 3.6a).
Nuestra condición caída nos hace hijo del diablo (Jn 8.44), y si no fuera por el amor de Dios manifestado en la Persona de Cristo y consumado redentoramente en la Cruz del Calvario, sería imposible cualquier comunión con Dios.
Cuando nos reconocemos pecadores y creemos en lo que Dios dice sobre la persona y la obra de Cristo en la Cruz a nuestro favor, Dios, por su Santo Espíritu, nos aplica los beneficios de su Gracia y nos hace hijos de Dios. Entonces ya estamos en la condición de poder disfrutar de la comunión “con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”.
Ahora la pregunta que se nos plantea es: ¿Cuánto conocemos de ello experimentalmente? ¿Cuánto disfrutas, cuánto disfruto, de tan santa experiencia conscientemente?
¡Seamos sinceros con nosotros mismos, la cuestión es vital! ¿Qué tipo de vida cristiana podemos llevar si no estamos en comunión práctica con Dios? Todo lo que se haga sin ese fundamento no puede contar con la aprobación y bendición de Dios, por mucho que queramos “santificarlo” con nombres y adjetivos cristianos, o incluso usando en nombre de Dios, lo que sería usarlo en vano.
El pecado no confesado es aquello que nos impide disfrutar de la comunión con Dios. Y el pecado está muy relacionado con nuestra actitud frente a la infalible e inerrable Palabra de Dios. Aquello que es pecado, es definido en la Palabra de Dios, por mención directa o por principio. El mentir, el fornicar… es pecado (Col 3.9; Ex 20.14); pero también es pecado todo vicio, incluido el tabaco (Gá 5:21; 1Tes 5:22). Hay pecado por transgresión de los mandamientos de Dios enunciados en la Palabra (directamente o por principio), y hay pecado por no hacer aquello que sabemos que es lo bueno (Stg 4.17).
Actualmente el subjetivismo de nuestra propia opinión o de la opinión de los demás está inundando la cristiandad; es un engaño diabólico que lleva a perder la vivencia de la comunión con Dios.
La comunión con el Padre, nos la ilustra la vida del Hijo: amor, obediencia, sujeción… sin reservas ni condiciones. La con el Hijo implica comunión con el Padre y comunión con la Cruz, que nos habla de la muerte al pecado y la manifestación de una vida nueva que es en santidad y obediencia a Dios y su Santa Palabra.
¿Cómo está tu comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo? ¿Cómo está mi comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo? Y eso… según Dios y su Santa Palabra, y no según tu opinión. De ello depende todo en nuestras vidas como cristianos, y cualquier otro nivel de comunión.

Comunión entre nosotros

En el número anterior consideramos nuestra “comunión con el Padre, y con su Hijo Jesu-Cristo”. El aspecto que ahora hemos de tratar, conforme la presentación que el apóstol Juan hace en su primera epístola, es la “comunión entre nosotros”.
Ya definimos a quien se refiere ese “nosotros”: a los engendrados de Dios, a los nacidos de nuevo, a aquellos que arrepintiéndose de sus pecados han depositado toda y sola fe en la persona y en la obra bendita de Cristo, recibiendo la vida divina.
Es la comunión con el Padre y el Hijo donde se origina, y de la que depende, la comunión entre los hijos de Dios, los hermanos.
Actualmente muchos que se dicen cristianos, o protestantes, o evangélicos… no tienen comunión con el Padre y con su Hijo Jesu-cristo; son profesantes, en el mejor de los casos, pues algunos ya han llegado a poner en duda o negar las verdades fundamentales del cristianismo bíblico.
La “comunión cristiana” únicamente puede tenerse entre cristianos. Parece una redundancia, pero el ecumenismo actual, que es sincretista y que ha penetrado filtrándose en el pueblo protestante y/o evangélico, nos exige tal precisión. Antes de intentar vivir la “comunión cristiana” con uno que se dice cristiano… confirma por su testimonio de palabra (qué cree) y de vida (cómo vive aquello que dice creer) que lo es. Ante la duda… anúnciale el Evangelio de la Gracia de Dios.
Las Sagradas Escrituras nos ofrecen pautas para poder discernir, hasta donde nos es posible como humanos, quien es y quien no es cristiano; advirtiéndonos para que no establezcamos comunión con falsos hermanos. Leemos:
“Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mt 7:20).
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos: mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les protestaré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de maldad” (Mt 7:21-23).
“Porque muchos engañadores son entrados en el mundo, los cuales no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Este tal el engañador es, y el anticristo… Cualquiera que se rebela, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene á Dios: el que persevera en la doctrina de Cristo, el tal tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene á vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡bienvenido!” (2Jn 7, 9-10 cf. 1Jn 4:1-3).
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios: y cualquiera que ama al que ha engendrado, ama también al que es nacido de él. En esto conocemos que amamos á los hijos de Dios, cuando amamos á Dios, y guardamos sus mandamientos” (1Jn 5:1-2).
“En esto son manifiestos los hijos de Dios, y los hijos del diablo: cualquiera que no hace justicia, y que no ama á su hermano, no es de Dios” (1Jn 3:10).
“Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos” (1Jn 2:3).
“Si alguno enseña otra cosa, y no asiente á sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y á la doctrina que es conforme á la piedad; es hinchado, nada sabe, y enloquece acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, maledicencias, malas sospechas, porfías de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que tienen la piedad por granjería: apártate de los tales” (1Ti 6:3-5).
Una vez identificado, a la luz de la Palabra de Dios, el otro como cristiano debemos reconocer nuestra comunión de vida: con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.
Pero la comunión cristiana tiene diferentes niveles de concreción: un nivel persona a persona, personal; un nivel corporativo local, eclesial; y un nivel intereclesial. Cada uno se fundamenta en el anterior y todos ellos se deben manifestar y disfrutar en lo posible.
Cada nivel debe establecerse, consolidarse y profundizarse. Debe manifestarse e intensificarse, pero ello siguiendo las pautas de Dios, las pautas establecidas por El en Su infalible e inerrable Palabra, la Santa Biblia, los 66 libros canónicos que la forman.
Leyendo las Escrituras, teniendo en mente la comunión cristiana, encontramos textos que nos hacen reflexionar y nos ayudan a establecer las pautas para la manifestación y profundización de la vida divina que compartimos:
“Compañero soy yo de todos los que te temieren y guardaren tus mandamientos” (Sal 119:63).
“¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de concierto?” (Am3:3).
“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor á los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo… Huye también los deseos juveniles; y sigue la justicia, la fe, la caridad, la paz, con los que invocan al Señor de puro corazón” (2Ti 2:19, 22).
“No impongas de ligero las manos a ninguno, ni comuniques en pecados ajenos: consérvate en limpieza” (1Ti 5:22).
“Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es servidor de ídolos, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios… los hijos de desobediencia. No seáis pues aparceros con ellos” (Ef 5:5-7).
Intentando agrupar en grandes áreas aquellas cosas que pueden hacer concretar la comunión cristiana y profundizarla, señalamos cinco:
-la vida y conducta cristiana.
-el conocimiento de Dios y su voluntad.
-la obediencia a la Palabra.
-el conocimiento mutuo.
-el trabajo compartido.
Y hemos de apuntar que igual que la existencia y profundización de ellas aumenta la manifestación de la comunión cristiana entre los renacidos, su ausencia o poca manifestación son elementos que la dificultan. No podemos olvidar que el origen y la posibilidad de manifestación de toda comunión cristiana depende de la autenticidad y profundidad de comunión con el Padre, y con Su Hijo Jesu-Cristo.
Conociendo que la voluntad de Dios es la comunión entre sus hijos, entre los hermanos en Cristo, tu y yo tenemos como primera responsabilidad vivir de la manera que agrada a Dios y que es la que hace posible su manifestación. Tu has de de comenzar, yo debo de comenzar, viviendo en comunión con Dios y en santidad de vida. Debes, debo, caminar en la luz no en las tinieblas del pecado, confesando todo pecado en el mismo momento en que lo descubramos, rompiendo toda atadura con los malos y con el mal, llevando todo vicio en arrepentimiento, confesión y fe a la Cruz de Cristo para ser limpiados con Su sangre, y comenzar a vivir en victoria sobre el mundo, el pecado y la carne, creciendo en la vida cristiana, siendo llenos del Espíritu y manifestando sus frutos. Y evidentemente, ello requiere tu tiempo a solas con Dios cada día en oración y estudio de las Escrituras. Cuanto más santo sea, cuanto más espiritual seas, más facilitarás la comunión cristiana, pues si andas en pecado tu hermano no puede andar contigo, debe reprenderte, cuando no apartarse de ti si ve que puede quedar envuelto en él.
Hemos de seguir, personalmente, conociendo más a Dios y Su voluntad. Eso requiere tiempo y esfuerzo. Ello requiere oración intensa y extensa (mucha y profunda), y un estudio serio y reverente, dependiente del Espíritu Santo, de las Sagradas Escrituras, pues es a través de ellas que Dios se nos revela y nos da a conocer Su voluntad (Ro 12:1-2).
Debemos estar dispuestos a obedecer en todo a Dios, aunque en ocasiones no lo entendamos todo. El conocimiento requiere obediencia. Guardar los mandamientos de Dios no es únicamente almacenarlos en la mente y repetirlos con precisión, es además actuar conforme a ellos tanto en lo negativo, absteniéndonos de lo que se nos presenta como malo, como en lo positivo, realizando aquello que se nos propone/manda.
Lo anterior es fundamental para poder profundizar en el conocimiento mutuo y trabajar juntos. En caso contrario, a mayor conocimiento, mayor decepción, más crítica y mayor incomprensión. ¿Cómo sino surgen las murmuraciones y otros males de la lengua que se han extendido como pólvora entre aquellos que dicen invocar el nombre de Dios? El conocimiento a que aquí hacemos referencia es un conocimiento en amor, a edificación, para comprendernos, ayudarnos, tolerarnos y amarnos sinceramente en Cristo de una manera intensa, y todo eso solo puede surgir como fruto del Espíritu Santo en el creyente.
¿Cómo vamos a trabajar juntos en algo si no lo hacemos para el Señor y en el Espíritu? Toda otra labor es fruto y esfuerzo de la carne, y no se inscribe dentro de la comunión cristiana.
¿Qué debes, debemos, hacer para manifestar y fomentar la comunión cristiana? Vivir en comunión íntima con Dios y conduciéndome como un hijo de Dios; dedicar más tiempo a conocer a Dios y su voluntad estudiando la Biblia en oración y ayudado por el Espíritu; obedecer todo aquello que conocemos que es la voluntad de Dios, tanto en lo que debemos dejar de hacer como en lo que hemos de hacer; dedicar tiempo para conocer, con un interés sano, de ayuda y comprensión, a mis hermanos, comenzando con los de mi casa, si los tengo, y los de mi iglesia local; y trabajar con ellos en toda tarea eclesial como personal en la que podamos ser de ayuda.
¿Qué debemos evitar? Que en arras de una mayor comunión con otros cristianos desatendamos nuestra personal vida cristiana, sacrifiquemos la obediencia a Dios, toleremos el pecado y la desobediencia a los principios de la Palabra de Dios, desatendamos a los nuestros o a nuestra iglesia local…
¿Qué debemos promover? La espiritualidad bíblica, la obediencia a Dios, la santidad… entre otras cosas.
¿Que debemos recordar? Que la Iglesia de Cristo es una y sola, y que de ella formamos parte todos los renacidos. Que la predicación del Evangelio es otra manera de fomentar la comunión cristiana, cada persona que cree es hecho hermano nuestro. Y que toda concepción de la comunión cristiana debe ser analizada a la luz de la Santa Biblia y conformarse a sus principios.
“Mas si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión entre nosotros, y la sangre de Jesu-Cristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.

No hay comentarios: