sábado, 23 de agosto de 2008

La vida cristiana, ¿qué es?


C. H. Mackintosh es un escritor bien conocido por sus “Estudios” sobre los cinco primeros libros de la Biblia, en los que cobina erudición con devocion, y uno de los primeros maestros del movimiento de los Hermanos de Plymond. Escribió tambien multiples tratados sobre doctrina y vida cristiana, del que es un ejemplo en que presentamos a continuación.

El asunto que nos proponemos considerar en las páginas siguientes es quizás uno de los más interesantes e importantes que podrían atraer nuestra atención. Y es este: ¿Cuál es la vida que, como Cristianos, poseemos? ¿Cuál es su fuente? ¿Cuáles son sus características? ¿Cuál es su resultado o consecuencia? Basta que nombremos estas grandes preguntas para asegurar la atención de todo lector reflexivo.
La Palabra divina habla de dos claras cabezas o fuentes. Ella habla de un primer hombre y de un segundo hombre. En el comienzo del libro de Génesis leemos estas palabras, "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza... Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó" (Génesis 1: 26, 27). Esta declaración se repite en Génesis 5: "El día en que crió Dios al hombre, á la semejanza de Dios lo hizo." (Génesis 5:1). Después de esto, leemos, "Y vivió Adam ciento y treinta años, y engendró un hijo á su semejanza." (Génesis 5:3).
Pero entre la creación de Adán a imagen de Dios y el nacimiento de un hijo a su propia imagen, un gran cambio tuvo lugar. Entró el pecado. La inocencia se desvaneció. Adán llegó a ser un hombre caído, arruinado, proscrito. El lector debe atender a este hecho y ponderarlo. Se trata de un hecho importante e influyente. Nos introduce en el secreto de la fuente de esa vida que poseemos como hijos de Adán. Esa fuente fue una cabeza culpable, arruinada, proscrita. No fue en inocencia que Adán llegó a ser cabeza de una raza. No fue dentro de los límites del Paraíso que Caín fue dado a luz sino fuera de ellos, en un mundo arruinado y maldito. No fue a la imagen de Dios que Caín fue dado a luz, sino a imagen de un padre caído.
Nosotros creemos plenamente que, personalmente, Adán fue objeto de la gracia divina y que él fue salvo por medio de la fe en la Simiente de la mujer prometida. Pero mirándole federalmente, es decir, como cabeza de una raza, él era un hombre caído, arruinado, proscrito, y todos los de su posteridad nacen en la misma condición. Tal como es la cabeza, así son los miembros - todos los miembros juntos, cada miembro en particular. El hijo lleva la imagen de su padre caído y hereda su naturaleza. "Lo que es nacido de la carne, carne es" (Juan 3:6), y hagan ustedes lo que hagan con la carne - edúquenla, cultívenla, sublímenla como ustedes quieran, ella nunca producirá "espíritu." Ustedes pueden mejorar la carne según el pensamiento humano, pero la carne mejorada no es "espíritu." Las dos cosas son totalmente opuestas. Lo primero expresa todo lo que nosotros somos como nacidos en este mundo, como brotados del primer Adán. Lo último expresa lo que nosotros somos como nacidos de nuevo, como unidos al Segundo Adán.
Nosotros oímos frecuentemente la expresión, 'Elevando a las masas.' ¿Qué significa esto? Hay tres preguntas que quisiéramos formular a quienes se proponen elevar a las masas. En primer lugar, ¿Qué es lo que van a elevar? Es segundo lugar, ¿Cómo las van a elevar? En tercer lugar, ¿Hacia adónde las van a elevar? Es imposible que el agua alguna vez se eleve por encima de su propio nivel. Por lo tanto, es imposible para ustedes elevar alguna vez a los hijos del Adán caído por encima del nivel de su caído padre. Aunque ustedes hagan lo que quieran con ellos, probablemente no pueden elevarlos más alto que su arruinada cabeza proscrita. Él hombre no puede crecer fuera de la naturaleza en la cual él nació. Él puede crecer en ella, pero no fuera de ella. Remonten el río de la humanidad caída hasta su fuente y hallan que esa fuente es un hombre caído, arruinado, proscrito.
Esta simple verdad golpea la raíz de toda la soberbia humana - todo orgullo de nacimiento, todo orgullo de descendencia. Todos nosotros, como hombres, surgimos de un linaje, una cabeza, una fuente, comunes. Todos estamos engendrados a una imagen y esa imagen es la de un hombre arruinado. La cabeza de la raza y la raza de la cual él es cabeza, están todos implicados en una única ruina común. Mirado desde un punto de vista legal o social, puede haber diferencias, pero considerado desde un punto de vista divino, no hay ninguna. Si ustedes desean una idea verdadera de la condición de cada miembro de la raza humana, tienen que mirar la condición de la cabeza. Ustedes deben regresar a Génesis 3 y leer estas palabras, "Echó, pues, fuera al hombre." (Génesis 3:24). Aquí está la raíz de todo el asunto. Aquí está la fuente del río, las corrientes que han entristecido los millones de la posteridad de Adán por casi 6.000 años. El pecado ha entrado y ha roto el vínculo, ha desfigurado la imagen de Dios, ha corrompido las fuentes de vida, ha introducido la muerte y le ha dado a Satanás el poder de la muerte.
Así rige en referencia a la raza de Adán - a la raza como un todo y a cada miembro de esa raza en particular. Todos están implicados en la culpa y la ruina. Todos están expuestos a la muerte y al juicio. No hay ninguna excepción. "El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron." (Romanos 5:12). "En Adán todos mueren." (1 Corintios 15:22). Aquí están ligadas las dos tristes y solemnes realidades - 'Pecado y muerte.'
Pero, gracias a Dios, un Segundo Hombre ha entrado en la escena. Este gran hecho, a la vez que establece la gracia maravillosa de Dios hacia el primer hombre y su posteridad, demuestra del modo más claro y más irrefutable que el primer hombre ha sido apartado completamente. Si el primero hubiera sido hallado perfecto, entonces no se habría buscado ningún lugar para el Segundo. Si hubiera habido un solo rayo de esperanza en cuanto al primer Adán, no habría habido necesidad del Segundo.
Pero Dios envió a Su Hijo a este mundo. Él era 'la Simiente de la mujer.' Que este hecho sea notado y ponderado. Jesucristo no vino bajo la jefatura federal de Adán. Él descendía legalmente de David y Abraham, tal como leemos en Mateo. "Acerca de su Hijo, (que fué hecho de la simiente de David según la carne…" (Romanos 1:3). Además, Su genealogía es trazada hasta Adán por el escritor inspirado en el evangelio de Lucas. Pero aquí se trata del anuncio angélico como el misterio de Su concepción: "Y respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios." (Lucas 1:35).
Aquí tenemos a un Hombre verdadero, pero Uno sin una sola mancha de pecado o una sola semilla de mortalidad. Él fue hecho de la mujer, de la sustancia de la virgen, un Hombre en cada detalle, tal como somos nosotros, pero completamente sin pecado y enteramente libre de cualquier asociación que podía haberle dado al pecado o a la muerte una demanda sobre Él. Si nuestro bendito Señor hubiera venido, en cuanto a Su naturaleza humana, bajo la jefatura de Adán, Él no podría haber sido llamado el Segundo Hombre puesto que Él habría sido un miembro del primero, como cualquier otro hombre. Además. Él habría estado sujeto a la muerte en Su propia persona, lo cual es blasfemia afirmar o suponer.
Pero, que Su nombre sea adorado para siempre, Él era el puro, santo, sin mancha, Santo de Dios. Él era único. Él estuvo solo - el único grano puro impoluto de simiente humana que la tierra había visto jamás. Él vino a este mundo de pecado y muerte, siendo Él mismo sin pecado y dador de vida. En Él estaba la vida y en ninguna otra parte. Aparte de Él todo era muerte y tinieblas. No había ni un solo pulso de vida espiritual, ni un rayo de luz divina aparte de Él. La raza entera del primer hombre estaba implicada en el pecado, bajo el poder de la muerte, y expuesta al juicio eterno. Él podía decir, "Yo soy la luz del mundo." (Juan 8:12). Aparte de Él, todo era tiniebla moral y muerte espiritual. "Porque así como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados." (1 Corintios 15:22). Veamos de qué manera.

Tan pronto como el Hijo del Hombre apareció en la escena, Satanás apareció para disputar cada centímetro de terreno con Él. Se trataba de una gran realidad. El Hombre Cristo Jesús había emprendido la obra poderosa de glorificar a Dios en esta tierra, de destruir las obras del diablo y de redimir a Su pueblo. Una obra estupenda - obra que nadie sino el Dios-Hombre podía llevar a cabo. Pero era una cosa real. Jesús tuvo que enfrentar toda la astucia y todo el poder de Satanás. Él tuvo que enfrentarle como la serpiente y enfrentarlo como el león. De ahí que, en el comienzo mismo de Su bendita carrera, como el Hombre bautizado y ungido, Él estuvo en el desierto para ser tentado del diablo. Vean Mateo 4 y Lucas 4.
Y noten, incluso aquí, el contraste entre el primer hombre y el Segundo. El primer hombre estuvo en medio de un jardín de delicias, con todo lo que posiblemente podía pedir a Dios contra el tentador. El Segundo Hombre, por el contrario, estuvo en medio de un desierto de privaciones con todo, aparentemente, para contender contra Dios y por el tentador. Satanás probó con el Segundo Hombre precisamente las mismas armas que había encontrado tan efectivas con el primero - "la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida." (1 Juan 2:16). Comparen con: Génesis 3:6; Mateo 4: 1-19; Lucas 4: 1-12; y 1 Juan 2:16.
Pero el Segundo Hombre venció al tentador con una sencilla arma, la Palabra escrita. "Escrito está" fue la única respuesta invariable del Hombre dependiente y obediente. Ningún razonamiento, ningún cuestionamiento, ninguna mirada hacia uno u otro lado. La Palabra del Dios vivo fue la autoridad dominante para el Hombre perfecto. ¡Que Su nombre sea bendito por siempre! ¡Que el homenaje del universo sea Suyo a través de los siglos eternos! Amén y amén.
Pero no debemos permitirnos explayarnos, y, por consiguiente, nos apresuramos a exponer nuestro tema especial. Queremos que el lector vea a la luz de la Escritura Santa de qué manera el Segundo Adán imparte vida a Sus miembros. Mediante la victoria en el desierto, el hombre fuerte fue 'atado', no fue 'destruido.' De ahí que hallamos que, al final, se le autoriza intentarlo vez más. Apartándose de Él "por un tiempo" (Lucas 4:13), él regresó en otro carácter, como aquel que tenía el poder de la muerte aterrorizando el alma del hombre por medio de este poder. ¡Pensamiento tremendo! Este poder fue ejercido en toda su terrible intensidad, sobre el espíritu de Cristo en el huerto de Getsemaní. Probablemente nosotros no podemos contemplar esta escena sin dejar de sentir que el espíritu de nuestro bendito Señor estaba pasando a través de algo que Él nunca antes había experimentado. Es evidente que se le permitió a Satanás venir ante Él en una manera muy especial, y emplear un poder especial para, si era posible, disuadirle. Él lo dice así en Juan 14:30, "viene el príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí." Así también en Lucas 22: 52 y 53, le encontramos diciendo a los principales sacerdotes y a los jefes de la guardia del templo, "¿Como á ladrón habéis salido con espadas y con palos? Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas ésta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas."
Evidentemente, por tanto, el período desde la última cena hasta la cruz estuvo marcado por características bastante distintas de las de cada etapa previa de la maravillosa historia de nuestro Señor. "Esta es vuestra hora." Y, además, "La potestad de las tinieblas." El príncipe de este mundo vino contra el segundo Hombre, armado con todo el poder que el pecado del primer hombre le había conferido. Él aplicó sobre Su espíritu todo el poder y todos los terrores de la muerte como siendo el justo juicio de Dios. Jesús enfrentó todo esto en su fuerza suprema y en toda su atroz intensidad. De ahí que nosotros oímos énfasis tales como estos, "Mi alma está muy triste hasta la muerte." (Mateo 26:38). Y, de nuevo, leemos que, "estando en agonía, oraba más intensamente: y fué su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra." (Lucas 22:44).
En una palabra, entonces, Aquel que tomó a Su cargo la redención de Su pueblo, el darle vida eterna a Sus miembros, para cumplir la voluntad y los consejos de Dios, tuvo que enfrentar todas las consecuencias de la condición del Hombre. No había cómo escapar de ellos. Él pasó por todas ellas; pero Él pasó por ellas solo, pues ¿quién sino Él podía haberlo hecho? Él, el Arca verdadera, tuvo que pasar solo el oscuro y terrible río de la muerte para hacer una senda para que Su pueblo pase sobre tierra seca. Él estuvo solo en el pozo de la desesperación y en el lodo cenagoso, para que nosotros pudiéramos estar con Él sobre la roca. Él solo obtuvo el cántico nuevo, para que Él lo pudiera cantar en medio de la iglesia. (Salmo 40: 2, 3).
Pero no solamente nuestro Señor enfrentó todo el poder de Satanás como príncipe de este mundo, todo el poder de la muerte como el justo juicio de Dios, toda la violencia y amarga enemistad del hombre caído: hubo algo mucho más allá de todo esto. Cuando el hombre y Satanás, la tierra y el infierno, habían hecho todo lo posible, permaneció allí una región de tinieblas y de impenetrable oscuridad a ser atravesada por el espíritu del Bendito, en la cual le es imposible al pensamiento humano entrar. Sólo podemos mantenernos en los confines, y con nuestras cabezas inclinadas en el profundo silencio de indecible adoración, oír el fuerte y amargo clamor emitido desde allí, acompañado de estas palabras, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46) - palabras que la eternidad misma será insuficiente para develar.
Aquí debemos detenernos y rendir, una vez más, la eterna y universal alabanza, homenaje y adoración a Aquel que pasó por todo esto para procurar vida para nosotros. ¡Que nuestros corazones puedan adorarle! ¡Que nuestros labios puedan alabarle! ¡Que nuestras vidas puedan glorificarle! Sólo Él es digno. Que su amor pueda constreñirnos a vivir, no para nosotros mismos, sino para Aquel que murió por nosotros y resucitó, y nos dio vida en resurrección.
No es posible sobrestimar el interés y el valor de la gran verdad de que la fuente de la vida que, como Cristianos, nosotros poseemos, es un Cristo resucitado y victorioso. Es como resucitado de entre los muertos que el segundo Hombre llega a ser Cabeza de una raza - Cabeza de Su cuerpo la iglesia. La vida que el creyente posee ahora es una vida que ha sido sometida a prueba y acrisolada en toda posible manera, y, por consiguiente, nunca puede entrar en juicio. Es una vida que ha pasado a través de la muerte y el juicio, y por tanto, nunca puede morir - nunca puede entrar en juicio. Cristo, nuestra Cabeza viviente, ha abolido la muerte, y ha sacado a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio. (2 Timoteo 1:10). Él enfrentó la muerte en toda su realidad para que nosotros nunca la enfrentáramos. Él obró así por nosotros, en Su amor y gracia maravillosos, para hacer de la muerte parte de nuestra propiedad. (Vean 1 Corintios 3:22).

En la viaje creación, el hombre pertenece a la muerte, y por eso se ha dicho con razón que en el mismo momento que el hombre comienza a vivir, él comienza a morir. "Está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio." (Hebreos 9:27 - LBLA). No hay ni siquiera una sola cosa que el hombre posea, en la antigua creación, que no será arrancada de su dominio por la mano inmisericorde de la muerte. La muerte le quita todo y reduce su cuerpo a polvo, y envía su alma al juicio. Casas, tierras, riqueza y distinción, fama e influencia - todo desaparece cuando el último enemigo lúgubre se acerca. Aunque la riqueza del universo estuviera en posesión de un hombre, no podría comprar con ella ni un solo momento de respiro. La muerte despoja al hombre de todo y lo transporta al juicio. El rey y el mendigo, el señor y el campesino, el docto filósofo y el ignorante payaso, el civilizado y el salvaje, son todos iguales. La muerte se apodera de todo dentro de los límites de la vieja creación. El sepulcro es el final de la historia terrenal del hombre, y más allá está el trono de juicio y el lago de fuego.
Pero, por otra parte, en la nueva creación, la muerte le pertenece al hombre. No hay ni siquiera una sola cosa que el Cristiano posee que él no se lo deba a la muerte. Él tiene vida, perdón, justicia, paz, aceptación, gloria, todo esto por medio de la muerte - la muerte de Cristo. En una palabra, el aspecto completo de la muerta es cambiado. Satanás ya no puede traerla más para afectar el alma del creyente como el juicio de Dios contra el pecado. Dios puede utilizarla, y la utiliza, en Sus tratos gubernamentales con Su pueblo, a manera de disciplina y castigo. (Ver Hechos 5; 1 Corintios 11:30, 1 Juan 5:16). Pero Satanás, como aquel que tenía el poder de la muerte, ha sido destruido. Nuestro Señor Jesucristo le arrebató su poder y Él tiene ahora en Su mano omnipotente las llaves de la muerte y del sepulcro. La muerte ha perdido su aguijón - el sepulcro ha perdido su victoria; y, por consiguiente, si la muerte sobreviene al creyente, no viene como un amo, sino como un siervo. Ella viene, no como un policía a arrastrar el alma a su cárcel eterna, sino como una mano amistosa que viene a abrir la puerta de la jaula y a dejar que el espíritu vuele a su hogar natal en los cielos.
Todo esto hace una gran diferencia. Tiende, entre otras cosas, a quitar el temor de la muerte que era perfectamente consistente con el estado de los creyentes bajo la ley, pero que es completamente incompatible con la posición y los privilegios de quienes están unidos a Él, quien está vivo de entre los muertos. Tampoco es esto todo. La vida y el carácter enteros del Cristiano deben tomar su carácter de la fuente de donde esa vida emana. "Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, [quien es] nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria." (Colosenses 3: 1-4 - LBLA). El agua busca siempre su propio nivel, y del mismo modo la vida del Cristiano, fortalecido y guiado por el Espíritu Santo, siempre brota hacia su fuente.
Que nadie se imagine que todo esto que nosotros estamos sosteniendo es un mero asunto de opinión humana - un punto poco importante - una noción sin ninguna influencia. Lejos de ello. Se trata de una gran verdad práctica presentada constantemente por el Apóstol Pablo, sobre la cual insiste constantemente - una verdad que él predicaba como evangelista, que enseñaba y revelaba como maestro, y que contemplaba en sus resultados como un fiel y vigilante pastor. Tan prominente era el lugar que esta gran verdad de la resurrección ocupaba en la predicación del apóstol, que algunos de los filósofos Atenienses decían de él: "Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección." (Hechos 17:18).
Que el lector observe esto. "De Jesús, y de la resurrección." ¿Porqué la predicación no fue de Jesús, y de la encarnación?, ¿o de Jesús, y de la crucifixión? ¿Fue acaso que estos profundos e inapreciables misterios no tenían lugar en la predicación y enseñanza apostólicas? Lean 1 Timoteo 3:16, para la respuesta. "E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo, Recibido arriba en gloria." Lean también Gálatas 4: 4, 5: "Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos."
Estos pasajes resuelven la cuestión en cuanto a las doctrinas fundamentales de la encarnación y de la crucifixión. Pero, recuérdese siempre, que Pablo predicaba y enseñaba e insistía celosamente acerca de la resurrección. Él mismo se convirtió a un Cristo resucitado y glorificado. La primera visión misma que él obtuvo de Jesús fue como un Hombre resucitado en la gloria. Fue sólo de esta manera que él le conoció, tal como nos dice en 2 Corintios 5. "Por tanto, nosotros de ahora en adelante, no conocemos a nadie según la carne: y aunque hayamos conocido a Cristo según la carne, ahora empero no le conocemos más así." (2 Corintios 5:16 - VM). Pablo predicaba un evangelio de resurrección. Él trabajaba para presentar a todo hombre perfecto en un Cristo resucitado y glorificado. (Colosenses 1:28). Él no se limitaba a un mero asunto de perdón de pecado y salvación del infierno - tan preciosos y más allá de todo precio como son estos frutos de la muerte expiatoria de Cristo - él aspiraba al glorioso objetivo de plantar el alma EN Cristo, y de mantenerla allí. "De la manera, pues, que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en él; arraigados en él, y edificados sobre él, y hechos estables en la fe, así como fuisteis enseñados, y abundando en acciones de gracias." (Colosenses 2:7 - VM). "Vosotros estáis completos en él." (Colosenses 2:10). "Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él . . . os dio vida juntamente con él." (Colosenses 2: 12, 13).
Tal era la predicación y la enseñanza de Pablo. Este era su evangelio. Esto es el Cristianismo verdadero, en contraste con todas las formas de religiosidad humana y pietismo carnal bajo el sol. El gran tema de Pablo era la vida en un Cristo resucitado. No era meramente salvación y perdón por medio de Cristo, sino unión con Él. El evangelio de Pablo plantaba el alma de inmediato en un Cristo resucitado y glorificado, siendo la redención y el perdón de pecados la consecuencia obvia y necesaria. Este fue el glorioso evangelio del Dios bendito que le fue encomendado a Pablo. (1 Timoteo 1:11).
De buen grado analizaríamos con más detenimiento este bendito tema de la fuente de la vida cristiana, pero debemos apresurarnos en tratar los puntos remanentes de nuestro asunto, y, por consiguiente, llamaremos brevemente la atención del lector, en segundo lugar, a las características o rasgos morales de la vida que, como Cristianos, poseemos. Para hacer algo parecido a la justicia a este punto, procuraremos develar el precioso misterio de la vida de Cristo, como hombre, en esta tierra - procuraremos examinar Sus modos - procuraremos señalar el estilo y el espíritu con los cuales Él pasó a través de todas las escenas y circunstancias de Su curso aquí abajo.
Nosotros deberíamos contemplarle como a un niño sujeto a Sus padres, creciendo bajo la mirada de Dios, creciendo de día en día en sabiduría y en estatura, exhibiendo todo lo que era adorable a los ojos de Dios y del hombre. Nosotros deberíamos rastrear Su senda como siervo, fiel en todas las cosas - una senda marcada por trabajos y fatigas incesantes. Deberíamos considerarle como el Hombre manso, humilde y obediente, sometido y dependiente en todas las cosas, despojándose a Sí mismo y anonadándose, entregándose perfectamente Él mismo para la gloria de Dios y el bien del hombre; no procurando jamás Su interés propio en ninguna cosa. Deberíamos observarle como el amigo y compañero amable, amoroso, compasivo, siempre apercibido con la copa de consolación para cada hijo de dolores, siempre al alcance para secar la lágrima de la viuda, para oír el clamor del angustiado, para alimentar al hambriento, para limpiar al leproso, para sanar toda clase de enfermedad. En una palabra, nosotros deberíamos señalar los innumerables rayos de gloria moral que resplandecen en la vida preciosa y perfecta de Aquel que anduvo haciendo bienes. Pero, ¿quién es suficiente para estas cosas? Podemos decir meramente al lector cristiano: Ve, estudia a tu gran Ejemplo. Considera a tu Modelo. Si un Cristo resucitado es la fuente de tu vida, el Cristo que vivió aquí abajo es tu norma. Las características de tu vida son las mismísimas características que resplandecieron en Él como hombre aquí abajo. Por medio de la muerte, Él ha hecho que Su vida sea la tuya. Él te ha unido con Él mismo mediante un vínculo que nunca puede ser disuelto, y ahora tú eres un privilegiado al poder volver y estudiar las narraciones que están escritas en los evangelios para ver de qué manera Él anduvo, para que puedas, mediante la gracia del Espíritu Santo, andar como Él anduvo.
Es una verdad muy bienaventurada, aunque muy solemne, el que no hay nada que tenga algún valor en la estimación de Dios salvo la emanación de la vida de Cristo desde Sus miembros aquí. Todo lo que no es el fruto directo de esa vida es totalmente sin valor en la estimación de Dios. Las actividades de la vieja naturaleza, no son meramente sin valor sino pecaminosas. Existen algunas relaciones naturales en las cuales estamos, y que Dios aprueba, y en las cuales Cristo es nuestro modelo. Por ejemplo, "Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia." (Efesios 5:25). Nosotros somos reconocidos como padres e hijos, amos y siervos, y se nos enseña en cuanto a nuestra conducta en estas santas relaciones; pero todo esto es sobre el nuevo terreno de una vida resucitada en Cristo (Vean Colosenses 3; Efesios 5 y 6). El viejo hombre no es reconocido en absoluto. Se le contempla como crucificado, muerto y sepultado; y somos llamados a considerarlo como muerto, y a mortificar nuestros miembros que están en la tierra, y a andar como Cristo anduvo; a vivir una vida de entrega del yo, a manifestar la vida de Cristo, a reproducirle. Esto es Cristianismo práctico. ¡Que podamos entenderlo mejor! ¡Que podamos, por lo menos, recordar que nada tiene el más mínimo valor en la apreciación de Dios salvo la vida de Cristo mostrada en el creyente de día en día por el poder del Espíritu Santo! La más débil expresión de esta vida es un olor grato para Dios. Los más poderosos esfuerzos de la carne meramente religiosa - los más costosos sacrificios - las ordenanzas y ceremonias más imponentes no son más que "obras muertas" ante los ojos de Dios. La religiosidad es una cosa; el Cristianismo es otra cosa muy diferente.
Y ahora, una palabra en cuanto al resultado de la vida que, como Cristianos, nosotros poseemos. Ciertamente podemos decir una "sola palabra" y, ¿cuál es esa palabra? "Gloria." Este es el único resultado o consecuencia de la vida cristiana. "Cuando Cristo, el cual es nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados juntamente con él en gloria." (Colosenses 3:4 - VM). Jesús está esperando el momento de Su manifestación en gloria, y nosotros esperamos en y con Él. Él está sentado y esperando, y nosotros estamos sentados y esperando de igual manera. "Pues como El es, así somos también nosotros en este mundo." (1 Juan 4:17 - LBLA). La muerte y el juicio están detrás de nosotros, nada sino la gloria está delante de nosotros. Si podemos expresarlo de este modo, nuestro ayer es la cruz; nuestro hoy es un Cristo resucitado; nuestro mañana es la gloria. Así rige para con todos los creyentes verdaderos. Es con ellos así como con su Cabeza viviente y exaltada. Así como es la Cabeza, así son los miembros. Ellos no pueden ser separados ni por un solo momento, con ningún objetivo posible. Ellos están inseparablemente unidos juntos en el poder de una unión que ninguna influencia de la tierra o del infierno puede jamás disolver. La Cabeza y los miembros son eternamente uno. La Cabeza ha pasado por la muerte y el juicio; así lo han hecho los miembros. La Cabeza está sentada en la presencia de Dios, así están los miembros - conjuntamente vivificados, resucitados, y sentados con la Cabeza en la gloria.
Lector, esto es vida cristiana. Piensa en ello. Piensa profundamente. Considérala a la luz del Nuevo Testamento. Su fuente: un Cristo resucitado. Sus características: los mismísimos rasgos de la vida de Cristo como fueron vistos en este mundo. Su resultado o consecuencia: gloria sin nubes y eterna. Contrástala con esta vida que poseemos como hijos e hijas de Adán. Su fuente: un hombre caído, arruinado, proscrito. Sus características: las diez mil formas de egoísmo de las cuales se reviste la humanidad caída. Su resultado o consecuencia: el lago de fuego. Esta es la simple verdad del asunto, si hemos de ser guiados por la Escritura.
Y digamos solamente, como conclusión, en referencia a la vida que los Cristianos poseen, de que no hay tal cosa como 'una vida cristiana más elevada.' Puede ser que las personas que utilizan esta forma de hablar quieran dar a entender una cosa correcta; pero la forma de expresión es incorrecta. No hay más que una única vida, y esa es Cristo. Sin duda hay variadas medidas en el goce y en la exhibición de esta vida, pero, independientemente de lo que la medida pueda variar, la vida es una. Puede haber etapas más elevadas o más bajas en esta vida, pero la vida no es más que una. El santo más avanzado en la tierra y el más débil 'bebé' en Cristo poseen ambos una y la misma vida pues Cristo es la vida de cada uno de ellos, la vida de ambos, la vida de todos.
Todo esto es muy felizmente sencillo, y deseamos que el lector lo considere cuidadosamente. Nosotros estamos plenamente persuadidos de que hay una necesidad urgente de una clara revelación y fiel proclamación de este evangelio de resurrección. Muchos se detienen en la encarnación; otros siguen adelante hasta la crucifixión. Nosotros deseamos un evangelio que nos presente todo: encarnación, crucifixión, y resurrección. Este es el evangelio que posee el verdadero poder moral - la poderosa influencia para elevar el alma fuera de toda asociación terrenal, y para dejarla en libertad para que ande con Dios en el poder de una vida resucitada en Cristo. Que este evangelio pueda ser presentado en energía viva, a lo lejos y a lo ancho, por toda la longitud y anchura de la iglesia profesante. Hay cientos y miles que pertenecen al pueblo de Dios que necesitan conocerlo. Ellos están afligidos con dudas y preguntas que serían removidas en su totalidad mediante la sencilla recepción de la bienaventurada verdad de la vida en un Cristo resucitado. En el Cristianismo no existen dudas y temores. Los Cristianos, ¡desgraciadamente! los tienen; pero estas dudas y temores no pertenecen al Cristianismo en absoluto. ¡Que la resplandeciente luz del evangelio de Pablo pueda entrar a raudales en todos los santos de Dios, y dispersar las nieblas y brumas que los rodean, de modo que ellos puedan realmente entrar en esa libertad santa con la cual Cristo hace a Su pueblo libre!
El asunto que nos proponemos considerar en las páginas siguientes es quizás uno de los más interesantes e importantes que podrían atraer nuestra atención. Y es este: ¿Cuál es la vida que, como Cristianos, poseemos? ¿Cuál es su fuente? ¿Cuáles son sus características? ¿Cuál es su resultado o consecuencia? Basta que nombremos estas grandes preguntas para asegurar la atención de todo lector reflexivo.
La Palabra divina habla de dos claras cabezas o fuentes. Ella habla de un primer hombre y de un segundo hombre. En el comienzo del libro de Génesis leemos estas palabras, "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza... Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó" (Génesis 1: 26, 27). Esta declaración se repite en Génesis 5: "El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo." (Génesis 5:1). Después de esto, leemos, "Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza." (Génesis 5:3).
Pero entre la creación de Adán a imagen de Dios y el nacimiento de un hijo a su propia imagen, un gran cambio tuvo lugar. Entró el pecado. La inocencia se desvaneció. Adán llegó a ser un hombre caído, arruinado, proscrito. El lector debe atender a este hecho y ponderarlo. Se trata de un hecho importante e influyente. Nos introduce en el secreto de la fuente de esa vida que poseemos como hijos de Adán. Esa fuente fue una cabeza culpable, arruinada, proscrita. No fue en inocencia que Adán llegó a ser cabeza de una raza. No fue dentro de los límites del Paraíso que Caín fue dado a luz sino fuera de ellos, en un mundo arruinado y maldito. No fue a la imagen de Dios que Caín fue dado a luz, sino a imagen de un padre caído.
Nosotros creemos plenamente que, personalmente, Adán fue objeto de la gracia divina y que él fue salvo por medio de la fe en la Simiente de la mujer prometida. Pero mirándole federalmente, es decir, como cabeza de una raza, él era un hombre caído, arruinado, proscrito, y todos los de su posteridad nacen en la misma condición. Tal como es la cabeza, así son los miembros - todos los miembros juntos, cada miembro en particular. El hijo lleva la imagen de su padre caído y hereda su naturaleza. "Lo que es nacido de la carne, carne es" (Juan 3:6), y hagan ustedes lo que hagan con la carne - edúquenla, cultívenla, sublímenla como ustedes quieran, ella nunca producirá "espíritu." Ustedes pueden mejorar la carne según el pensamiento humano, pero la carne mejorada no es "espíritu." Las dos cosas son totalmente opuestas. Lo primero expresa todo lo que nosotros somos como nacidos en este mundo, como brotados del primer Adán. Lo último expresa lo que nosotros somos como nacidos de nuevo, como unidos al Segundo Adán.
Nosotros oímos frecuentemente la expresión, 'Elevando a las masas.' ¿Qué significa esto? Hay tres preguntas que quisiéramos formular a quienes se proponen elevar a las masas. En primer lugar, ¿Qué es lo que van a elevar? Es segundo lugar, ¿Cómo las van a elevar? En tercer lugar, ¿Hacia adónde las van a elevar? Es imposible que el agua alguna vez se eleve por encima de su propio nivel. Por lo tanto, es imposible para ustedes elevar alguna vez a los hijos del Adán caído por encima del nivel de su caído padre. Aunque ustedes hagan lo que quieran con ellos, probablemente no pueden elevarlos más alto que su arruinada cabeza proscrita. Él hombre no puede crecer fuera de la naturaleza en la cual él nació. Él puede crecer en ella, pero no fuera de ella. Remonten el río de la humanidad caída hasta su fuente y hallan que esa fuente es un hombre caído, arruinado, proscrito.
Esta simple verdad golpea la raíz de toda la soberbia humana - todo orgullo de nacimiento, todo orgullo de descendencia. Todos nosotros, como hombres, surgimos de un linaje, una cabeza, una fuente, comunes. Todos estamos engendrados a una imagen y esa imagen es la de un hombre arruinado. La cabeza de la raza y la raza de la cual él es cabeza, están todos implicados en una única ruina común. Mirado desde un punto de vista legal o social, puede haber diferencias, pero considerado desde un punto de vista divino, no hay ninguna. Si ustedes desean una idea verdadera de la condición de cada miembro de la raza humana, tienen que mirar la condición de la cabeza. Ustedes deben regresar a Génesis 3 y leer estas palabras, "Expulsó, pues, al hombre." (Génesis 3:24 - LBLA). Aquí está la raíz de todo el asunto. Aquí está la fuente del río, las corrientes que han entristecido los millones de la posteridad de Adán por casi 6.000 años. El pecado ha entrado y ha roto el vínculo, ha desfigurado la imagen de Dios, ha corrompido las fuentes de vida, ha introducido la muerte y le ha dado a Satanás el poder de la muerte.
Así rige en referencia a la raza de Adán - a la raza como un todo y a cada miembro de esa raza en particular. Todos están implicados en la culpa y la ruina. Todos están expuestos a la muerte y al juicio. No hay ninguna excepción. "El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron." (Romanos 5:12). "En Adán todos mueren." (1 Corintios 15:22). Aquí están ligadas las dos tristes y solemnes realidades - 'Pecado y muerte.'
Pero, gracias a Dios, un Segundo Hombre ha entrado en la escena. Este gran hecho, a la vez que establece la gracia maravillosa de Dios hacia el primer hombre y su posteridad, demuestra del modo más claro y más irrefutable que el primer hombre ha sido apartado completamente. Si el primero hubiera sido hallado perfecto, entonces no se habría buscado ningún lugar para el Segundo. Si hubiera habido un solo rayo de esperanza en cuanto al primer Adán, no habría habido necesidad del Segundo.
Pero Dios envió a Su Hijo a este mundo. Él era 'la Simiente de la mujer.' Que este hecho sea notado y ponderado. Jesucristo no vino bajo la jefatura federal de Adán. Él descendía legalmente de David y Abraham, tal como leemos en Mateo. "Nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne." (Romanos 1:3). Además, Su genealogía es trazada hasta Adán por el escritor inspirado en el evangelio de Lucas. Pero aquí se trata del anuncio angélico como el misterio de Su concepción: "Respondióle el ángel: El Espíritu Santo vendrá sobre tí, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también lo santo que ha de nacer será llamado Hijo de Dios." (Lucas 1:35 - NTHA).
Aquí tenemos a un Hombre verdadero, pero Uno sin una sola mancha de pecado o una sola semilla de mortalidad. Él fue hecho de la mujer, de la sustancia de la virgen, un Hombre en cada detalle, tal como somos nosotros, pero completamente sin pecado y enteramente libre de cualquier asociación que podía haberle dado al pecado o a la muerte una demanda sobre Él. Si nuestro bendito Señor hubiera venido, en cuanto a Su naturaleza humana, bajo la jefatura de Adán, Él no podría haber sido llamado el Segundo Hombre puesto que Él habría sido un miembro del primero, como cualquier otro hombre. Además. Él habría estado sujeto a la muerte en Su propia persona, lo cual es blasfemia afirmar o suponer.
Pero, que Su nombre sea adorado para siempre, Él era el puro, santo, sin mancha, Santo de Dios. Él era único. Él estuvo solo - el único grano puro impoluto de simiente humana que la tierra había visto jamás. Él vino a este mundo de pecado y muerte, siendo Él mismo sin pecado y dador de vida. En Él estaba la vida y en ninguna otra parte. Aparte de Él todo era muerte y tinieblas. No había ni un solo pulso de vida espiritual, ni un rayo de luz divina aparte de Él. La raza entera del primer hombre estaba implicada en el pecado, bajo el poder de la muerte, y expuesta al juicio eterno. Él podía decir, "Yo soy la luz del mundo." (Juan 8:12). Aparte de Él, todo era tiniebla moral y muerte espiritual. "En Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados." (1 Corintios 15:22). Veamos de qué manera.
Tan pronto como el Hijo del Hombre apareció en la escena, Satanás apareció para disputar cada centímetro de terreno con Él. Se trataba de una gran realidad. El Hombre Cristo Jesús había emprendido la obra poderosa de glorificar a Dios en esta tierra, de destruir las obras del diablo y de redimir a Su pueblo. Una obra estupenda - obra que nadie sino el Dios-Hombre podía llevar a cabo. Pero era una cosa real. Jesús tuvo que enfrentar toda la astucia y todo el poder de Satanás. Él tuvo que enfrentarle como la serpiente y enfrentarlo como el león. De ahí que, en el comienzo mismo de Su bendita carrera, como el Hombre bautizado y ungido, Él estuvo en el desierto para ser tentado del diablo. Vean Mateo 4 y Lucas 4.
Y noten, incluso aquí, el contraste entre el primer hombre y el Segundo. El primer hombre estuvo en medio de un jardín de delicias, con todo lo que posiblemente podía pedir a Dios contra el tentador. El Segundo Hombre, por el contrario, estuvo en medio de un desierto de privaciones con todo, aparentemente, para contender contra Dios y por el tentador. Satanás probó con el Segundo Hombre precisamente las mismas armas que había encontrado tan efectivas con el primero - "los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la soberbia de la vida." (1 Juan 2:16 - RVA). Comparen con: Génesis 3:6; Mateo 4: 1-19; Lucas 4: 1-12; y 1 Juan 2:16.
Pero el Segundo Hombre venció al tentador con una sencilla arma, la Palabra escrita. "Escrito está" fue la única respuesta invariable del Hombre dependiente y obediente. Ningún razonamiento, ningún cuestionamiento, ninguna mirada hacia uno u otro lado. La Palabra del Dios vivo fue la autoridad dominante para el Hombre perfecto. ¡Que Su nombre sea bendito por siempre! ¡Que el homenaje del universo sea Suyo a través de los siglos eternos! Amén y amén.
Pero no debemos permitirnos explayarnos, y, por consiguiente, nos apresuramos a exponer nuestro tema especial. Queremos que el lector vea a la luz de la Escritura Santa de qué manera el Segundo Adán imparte vida a Sus miembros. Mediante la victoria en el desierto, el hombre fuerte fue 'atado', no fue 'destruido.' De ahí que hallamos que, al final, se le autoriza intentarlo vez más. Apartándose de Él "por un tiempo" (Lucas 4:13), él regresó en otro carácter, como aquel que tenía el poder de la muerte aterrorizando el alma del hombre por medio de este poder. ¡Pensamiento tremendo! Este poder fue ejercido en toda su terrible intensidad, sobre el espíritu de Cristo en el huerto de Getsemaní. Probablemente nosotros no podemos contemplar esta escena sin dejar de sentir que el espíritu de nuestro bendito Señor estaba pasando a través de algo que Él nunca antes había experimentado. Es evidente que se le permitió a Satanás venir ante Él en una manera muy especial, y emplear un poder especial para, si era posible, disuadirle. Él lo dice así en Juan 14:30, "viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí." (N. del T.: otra traducción, "viene el príncipe de este mundo. Él no tiene ningún dominio sobre mí." - NVI). Así también en Lucas 22: 52 y 53, le encontramos diciendo a los principales sacerdotes y a los jefes de la guardia del templo, "¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos? Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; mas esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas."
Evidentemente, por tanto, el período desde la última cena hasta la cruz estuvo marcado por características bastante distintas de las de cada etapa previa de la maravillosa historia de nuestro Señor. "Esta es vuestra hora." Y, además, "La potestad de las tinieblas." El príncipe de este mundo vino contra el segundo Hombre, armado con todo el poder que el pecado del primer hombre le había conferido. Él aplicó sobre Su espíritu todo el poder y todos los terrores de la muerte como siendo el justo juicio de Dios. Jesús enfrentó todo esto en su fuerza suprema y en toda su atroz intensidad. De ahí que nosotros oímos énfasis tales como estos, "Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte." (Mateo 26:38 - LBLA). Y, de nuevo, leemos que, "estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra." (Lucas 22:44).
En una palabra, entonces, Aquel que tomó a Su cargo la redención de Su pueblo, el darle vida eterna a Sus miembros, para cumplir la voluntad y los consejos de Dios, tuvo que enfrentar todas las consecuencias de la condición del Hombre. No había cómo escapar de ellos. Él pasó por todas ellas; pero Él pasó por ellas solo, pues ¿quién sino Él podía haberlo hecho? Él, el Arca verdadera, tuvo que pasar solo el oscuro y terrible río de la muerte para hacer una senda para que Su pueblo pase sobre tierra seca. Él estuvo solo en el pozo de la desesperación y en el lodo cenagoso, para que nosotros pudiéramos estar con Él sobre la roca. Él solo obtuvo el cántico nuevo, para que Él lo pudiera cantar en medio de la iglesia. (Salmo 40: 2, 3).
Pero no solamente nuestro Señor enfrentó todo el poder de Satanás como príncipe de este mundo, todo el poder de la muerte como el justo juicio de Dios, toda la violencia y amarga enemistad del hombre caído: hubo algo mucho más allá de todo esto. Cuando el hombre y Satanás, la tierra y el infierno, habían hecho todo lo posible, permaneció allí una región de tinieblas y de impenetrable oscuridad a ser atravesada por el espíritu del Bendito, en la cual le es imposible al pensamiento humano entrar. Sólo podemos mantenernos en los confines, y con nuestras cabezas inclinadas en el profundo silencio de indecible adoración, oír el fuerte y amargo clamor emitido desde allí, acompañado de estas palabras, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46) - palabras que la eternidad misma será insuficiente para develar.
Aquí debemos detenernos y rendir, una vez más, la eterna y universal alabanza, homenaje y adoración a Aquel que pasó por todo esto para procurar vida para nosotros. ¡Que nuestros corazones puedan adorarle! ¡Que nuestros labios puedan alabarle! ¡Que nuestras vidas puedan glorificarle! Sólo Él es digno. Que su amor pueda constreñirnos a vivir, no para nosotros mismos, sino para Aquel que murió por nosotros y resucitó, y nos dio vida en resurrección.
No es posible sobrestimar el interés y el valor de la gran verdad de que la fuente de la vida que, como Cristianos, nosotros poseemos, es un Cristo resucitado y victorioso. Es como resucitado de entre los muertos que el segundo Hombre llega a ser Cabeza de una raza - Cabeza de Su cuerpo la iglesia. La vida que el creyente posee ahora es una vida que ha sido sometida a prueba y acrisolada en toda posible manera, y, por consiguiente, nunca puede entrar en juicio. Es una vida que ha pasado a través de la muerte y el juicio, y por tanto, nunca puede morir - nunca puede entrar en juicio. Cristo, nuestra Cabeza viviente, ha abolido la muerte, y ha sacado a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio. (2 Timoteo 1:10). Él enfrentó la muerte en toda su realidad para que nosotros nunca la enfrentáramos. Él obró así por nosotros, en Su amor y gracia maravillosos, para hacer de la muerte parte de nuestra propiedad. (Vean 1 Corintios 3:22).
En la viaje creación, el hombre pertenece a la muerte, y por eso se ha dicho con razón que en el mismo momento que el hombre comienza a vivir, él comienza a morir. "Está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio." (Hebreos 9:27 - LBLA). No hay ni siquiera una sola cosa que el hombre posea, en la antigua creación, que no será arrancada de su dominio por la mano inmisericorde de la muerte. La muerte le quita todo y reduce su cuerpo a polvo, y envía su alma al juicio. Casas, tierras, riqueza y distinción, fama e influencia - todo desaparece cuando el último enemigo lúgubre se acerca. Aunque la riqueza del universo estuviera en posesión de un hombre, no podría comprar con ella ni un solo momento de respiro. La muerte despoja al hombre de todo y lo transporta al juicio. El rey y el mendigo, el señor y el campesino, el docto filósofo y el ignorante payaso, el civilizado y el salvaje, son todos iguales. La muerte se apodera de todo dentro de los límites de la vieja creación. El sepulcro es el final de la historia terrenal del hombre, y más allá está el trono de juicio y el lago de fuego.
Pero, por otra parte, en la nueva creación, la muerte le pertenece al hombre. No hay ni siquiera una sola cosa que el Cristiano posee que él no se lo deba a la muerte. Él tiene vida, perdón, justicia, paz, aceptación, gloria, todo esto por medio de la muerte - la muerte de Cristo. En una palabra, el aspecto completo de la muerta es cambiado. Satanás ya no puede traerla más para afectar el alma del creyente como el juicio de Dios contra el pecado. Dios puede utilizarla, y la utiliza, en Sus tratos gubernamentales con Su pueblo, a manera de disciplina y castigo. (Ver Hechos 5; 1 Corintios 11:30, 1 Juan 5:16). Pero Satanás, como aquel que tenía el poder de la muerte, ha sido destruido. Nuestro Señor Jesucristo le arrebató su poder y Él tiene ahora en Su mano omnipotente las llaves de la muerte y del sepulcro. La muerte ha perdido su aguijón - el sepulcro ha perdido su victoria; y, por consiguiente, si la muerte sobreviene al creyente, no viene como un amo, sino como un siervo. Ella viene, no como un policía a arrastrar el alma a su cárcel eterna, sino como una mano amistosa que viene a abrir la puerta de la jaula y a dejar que el espíritu vuele a su hogar natal en los cielos.
Todo esto hace una gran diferencia. Tiende, entre otras cosas, a quitar el temor de la muerte que era perfectamente consistente con el estado de los creyentes bajo la ley, pero que es completamente incompatible con la posición y los privilegios de quienes están unidos a Él, quien está vivo de entre los muertos. Tampoco es esto todo. La vida y el carácter enteros del Cristiano deben tomar su carácter de la fuente de donde esa vida emana. "Si habéis pues resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado á la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque muertos sois, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria." (Colosenses 3: 1-4). El agua busca siempre su propio nivel, y del mismo modo la vida del Cristiano, fortalecido y guiado por el Espíritu Santo, siempre brota hacia su fuente.
Que nadie se imagine que todo esto que nosotros estamos sosteniendo es un mero asunto de opinión humana - un punto poco importante - una noción sin ninguna influencia. Lejos de ello. Se trata de una gran verdad práctica presentada constantemente por el Apóstol Pablo, sobre la cual insiste constantemente - una verdad que él predicaba como evangelista, que enseñaba y revelaba como maestro, y que contemplaba en sus resultados como un fiel y vigilante pastor. Tan prominente era el lugar que esta gran verdad de la resurrección ocupaba en la predicación del apóstol, que algunos de los filósofos Atenienses decían de él: "Parece que es predicador de nuevos dioses: porque les predicaba a Jesús y la resurrecció." (Hechos 17:18).
Que el lector observe esto. "A Jesús y la resurrección." ¿Porqué la predicación no fue de Jesús, y de la encarnación?, ¿o de Jesús, y de la crucifixión? ¿Fue acaso que estos profundos e inapreciables misterios no tenían lugar en la predicación y enseñanza apostólicas? Lean 1 Timoteo 3:16, para la respuesta. "Y sin cotradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne; ha sido justificado con el Espíritu; ha sido visto de los ángeles; ha sido predicado á los Gentiles; ha sido creído en el mundo; ha sido recibido en gloria." Lean también Gálatas 4: 4, 5: "Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley, Para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos."
Estos pasajes resuelven la cuestión en cuanto a las doctrinas fundamentales de la encarnación y de la crucifixión. Pero, recuérdese siempre, que Pablo predicaba y enseñaba e insistía celosamente acerca de la resurrección. Él mismo se convirtió a un Cristo resucitado y glorificado. La primera visión misma que él obtuvo de Jesús fue como un Hombre resucitado en la gloria. Fue sólo de esta manera que él le conoció, tal como nos dice en 2 Corintios 5. "De manera que nosotros de aquí adelante a nadie
conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, empero ahora ya no le conocemos." (2 Corintios 5:16). Pablo predicaba un evangelio de resurrección. Él trabajaba para presentar a todo hombre perfecto en un Cristo resucitado y glorificado. (Colosenses 1:28). Él no se limitaba a un mero asunto de perdón de pecado y salvación del infierno - tan preciosos y más allá de todo precio como son estos frutos de la muerte expiatoria de Cristo - él aspiraba al glorioso objetivo de plantar el alma EN Cristo, y de mantenerla allí. "Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y edificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis aprendido, y creciendo en ella con hacimientos de gracias." (Colosenses 2:6-7). "… en él estáis cumplidos." (Colosenses 2:10). "Sepultados juntamente con él en el bautismo, en el cual también resucitasteis con él . . . os vivificó con él." (Colosenses 2: 12, 13).
Tal era la predicación y la enseñanza de Pablo. Este era su evangelio. Esto es el Cristianismo verdadero, en contraste con todas las formas de religiosidad humana y pietismo carnal bajo el sol. El gran tema de Pablo era la vida en un Cristo resucitado. No era meramente salvación y perdón por medio de Cristo, sino unión con Él. El evangelio de Pablo plantaba el alma de inmediato en un Cristo resucitado y glorificado, siendo la redención y el perdón de pecados la consecuencia obvia y necesaria. Este fue el glorioso evangelio del Dios bendito que le fue encomendado a Pablo. (1 Timoteo 1:11).
De buen grado analizaríamos con más detenimiento este bendito tema de la fuente de la vida cristiana, pero debemos apresurarnos en tratar los puntos remanentes de nuestro asunto, y, por consiguiente, llamaremos brevemente la atención del lector, en segundo lugar, a las características o rasgos morales de la vida que, como Cristianos, poseemos. Para hacer algo parecido a la justicia a este punto, procuraremos develar el precioso misterio de la vida de Cristo, como hombre, en esta tierra - procuraremos examinar Sus modos - procuraremos señalar el estilo y el espíritu con los cuales Él pasó a través de todas las escenas y circunstancias de Su curso aquí abajo.
Nosotros deberíamos contemplarle como a un niño sujeto a Sus padres, creciendo bajo la mirada de Dios, creciendo de día en día en sabiduría y en estatura, exhibiendo todo lo que era adorable a los ojos de Dios y del hombre. Nosotros deberíamos rastrear Su senda como siervo, fiel en todas las cosas - una senda marcada por trabajos y fatigas incesantes. Deberíamos considerarle como el Hombre manso, humilde y obediente, sometido y dependiente en todas las cosas, despojándose a Sí mismo y anonadándose, entregándose perfectamente Él mismo para la gloria de Dios y el bien del hombre; no procurando jamás Su interés propio en ninguna cosa. Deberíamos observarle como el amigo y compañero amable, amoroso, compasivo, siempre apercibido con la copa de consolación para cada hijo de dolores, siempre al alcance para secar la lágrima de la viuda, para oír el clamor del angustiado, para alimentar al hambriento, para limpiar al leproso, para sanar toda clase de enfermedad. En una palabra, nosotros deberíamos señalar los innumerables rayos de gloria moral que resplandecen en la vida preciosa y perfecta de Aquel que anduvo haciendo bienes. Pero, ¿quién es suficiente para estas cosas? Podemos decir meramente al lector cristiano: Ve, estudia a tu gran Ejemplo. Considera a tu Modelo. Si un Cristo resucitado es la fuente de tu vida, el Cristo que vivió aquí abajo es tu norma. Las características de tu vida son las mismísimas características que resplandecieron en Él como hombre aquí abajo. Por medio de la muerte, Él ha hecho que Su vida sea la tuya. Él te ha unido con Él mismo mediante un vínculo que nunca puede ser disuelto, y ahora tú eres un privilegiado al poder volver y estudiar las narraciones que están escritas en los evangelios para ver de qué manera Él anduvo, para que puedas, mediante la gracia del Espíritu Santo, andar como Él anduvo.

Es una verdad muy bienaventurada, aunque muy solemne, el que no hay nada que tenga algún valor en la estimación de Dios salvo la emanación de la vida de Cristo desde Sus miembros aquí. Todo lo que no es el fruto directo de esa vida es totalmente sin valor en la estimación de Dios. Las actividades de la vieja naturaleza, no son meramente sin valor sino pecaminosas. Existen algunas relaciones naturales en las cuales estamos, y que Dios aprueba, y en las cuales Cristo es nuestro modelo. Por ejemplo, "Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia." (Efesios 5:25). Nosotros somos reconocidos como padres e hijos, amos y siervos, y se nos enseña en cuanto a nuestra conducta en estas santas relaciones; pero todo esto es sobre el nuevo terreno de una vida resucitada en Cristo (Vean Colosenses 3; Efesios 5 y 6). El viejo hombre no es reconocido en absoluto. Se le contempla como crucificado, muerto y sepultado; y somos llamados a considerarlo como muerto, y a mortificar nuestros miembros que están en la tierra, y a andar como Cristo anduvo; a vivir una vida de entrega del yo, a manifestar la vida de Cristo, a reproducirle. Esto es Cristianismo práctico. ¡Que podamos entenderlo mejor! ¡Que podamos, por lo menos, recordar que nada tiene el más mínimo valor en la apreciación de Dios salvo la vida de Cristo mostrada en el creyente de día en día por el poder del Espíritu Santo! La más débil expresión de esta vida es un olor grato para Dios. Los más poderosos esfuerzos de la carne meramente religiosa - los más costosos sacrificios - las ordenanzas y ceremonias más imponentes no son más que "obras muertas" ante los ojos de Dios. La religiosidad es una cosa; el Cristianismo es otra cosa muy diferente.
Y ahora, una palabra en cuanto al resultado de la vida que, como Cristianos, nosotros poseemos. Ciertamente podemos decir una "sola palabra" y, ¿cuál es esa palabra? "Gloria." Este es el único resultado o consecuencia de la vida cristiana. "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifesteo, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria." (Colosenses 3:4). Jesús está esperando el momento de Su manifestación en gloria, y nosotros esperamos en y con Él. Él está sentado y esperando, y nosotros estamos sentados y esperando de igual manera. "Pues como él es, así somos nosotros en este mundo." (1 Juan 4:17). La muerte y el juicio están detrás de nosotros, nada sino la gloria está delante de nosotros. Si podemos expresarlo de este modo, nuestro ayer es la cruz; nuestro hoy es un Cristo resucitado; nuestro mañana es la gloria. Así rige para con todos los creyentes verdaderos. Es con ellos así como con su Cabeza viviente y exaltada. Así como es la Cabeza, así son los miembros. Ellos no pueden ser separados ni por un solo momento, con ningún objetivo posible. Ellos están inseparablemente unidos juntos en el poder de una unión que ninguna influencia de la tierra o del infierno puede jamás disolver. La Cabeza y los miembros son eternamente uno. La Cabeza ha pasado por la muerte y el juicio; así lo han hecho los miembros. La Cabeza está sentada en la presencia de Dios, así están los miembros - conjuntamente vivificados, resucitados, y sentados con la Cabeza en la gloria.
Lector, esto es vida cristiana. Piensa en ello. Piensa profundamente. Considérala a la luz del Nuevo Testamento. Su fuente: un Cristo resucitado. Sus características: los mismísimos rasgos de la vida de Cristo como fueron vistos en este mundo. Su resultado o consecuencia: gloria sin nubes y eterna. Contrástala con esta vida que poseemos como hijos e hijas de Adán. Su fuente: un hombre caído, arruinado, proscrito. Sus características: las diez mil formas de egoísmo de las cuales se reviste la humanidad caída. Su resultado o consecuencia: el lago de fuego. Esta es la simple verdad del asunto, si hemos de ser guiados por la Escritura.
Y digamos solamente, como conclusión, en referencia a la vida que los Cristianos poseen, de que no hay tal cosa como 'una vida cristiana más elevada.' Puede ser que las personas que utilizan esta forma de hablar quieran dar a entender una cosa correcta; pero la forma de expresión es incorrecta. No hay más que una única vida, y esa es Cristo. Sin duda hay variadas medidas en el goce y en la exhibición de esta vida, pero, independientemente de lo que la medida pueda variar, la vida es una. Puede haber etapas más elevadas o más bajas en esta vida, pero la vida no es más que una. El santo más avanzado en la tierra y el más débil 'bebé' en Cristo poseen ambos una y la misma vida pues Cristo es la vida de cada uno de ellos, la vida de ambos, la vida de todos.
Todo esto es muy felizmente sencillo, y deseamos que el lector lo considere cuidadosamente. Nosotros estamos plenamente persuadidos de que hay una necesidad urgente de una clara revelación y fiel proclamación de este evangelio de resurrección. Muchos se detienen en la encarnación; otros siguen adelante hasta la crucifixión. Nosotros deseamos un evangelio que nos presente todo: encarnación, crucifixión, y resurrección. Este es el evangelio que posee el verdadero poder moral - la poderosa influencia para elevar el alma fuera de toda asociación terrenal, y para dejarla en libertad para que ande con Dios en el poder de una vida resucitada en Cristo. Que este evangelio pueda ser presentado en energía viva, a lo lejos y a lo ancho, por toda la longitud y anchura de la iglesia profesante. Hay cientos y miles que pertenecen al pueblo de Dios que necesitan conocerlo. Ellos están afligidos con dudas y preguntas que serían removidas en su totalidad mediante la sencilla recepción de la bienaventurada verdad de la vida en un Cristo resucitado. En el Cristianismo no existen dudas y temores. Los Cristianos, ¡desgraciadamente! los tienen; pero estas dudas y temores no pertenecen al Cristianismo en absoluto. ¡Que la resplandeciente luz del evangelio de Pablo pueda entrar a raudales en todos los santos de Dios, y dispersar las nieblas y brumas que los rodean, de modo que ellos puedan realmente entrar en esa libertad santa con la cual Cristo hace a Su pueblo libre!

1 comentario:

NERIS JOSÉ BARCOS dijo...

es la actitud de una persona que ha tomado conciencia de la fe, el amor de Xto.por nosotros, la esperanza en una vida celestial