viernes, 7 de septiembre de 2007

Un cuerpo, muchos miembros… (1)


Con este título, presentamos la primera parte de un trabajo sobre los dones espirituales, en la perspectiva del Cuerpo de Cristo, de la pluma de Antoni Mendoza i Miralles. Escrito originalmente en catalán, ofrecemos aquí la traducción castellana, con la esperanza que más adelante se publique en formato de libro impreso.


Nuestro deseo ha sido recoger en esta introducción ciertos elementos previos que Pablo presentó a sus lectores, bajo la inspiración del Espíritu Santo, para que contextualizarán los dones dentro de una vida cristiana espiritual. La grave situación que provocó la manifestación de los dones espirituales a Corintio, fue motivada, básicamente, por el hecho de que los hermanos olvidaron que las tareas espirituales no se pueden llevar a cabo sin una auténtica vida espiritual, o sea, sin experimentar los beneficios de la Cruz de Cristo y la plenitud del Espíritu Santo.
Cuando Pablo escribió a la Iglesia de Roma sobre los dones, en el capítulo 12 de la Epístola a los Romanos, en primer lugar los exhortó a ofrecerse en sacrificio a Dios, y a tener un autoconcepto juicioso. Cuando escribió a la Iglesia de Efes, les va exhortado a andar|caminar de una manera digna de la vocación en que habían sido llamados.
El Señor presenta de esta manera el lugar|sitio central que ocupa la función sacerdotal en la vida del cristiano. Igual que el sacerdote de la dispensación de la Ley tenía que oficiar en primer lugar a favor suyo, antes de hacerlo en beneficio de los otros, a los sacerdotes de la dispensación de la Gracia tenemos que venir en primer lugar a ofrecernos a nosotros mismos a Dios en sacrificio, por|para poder llevar a cabo después nuestra tarea a favor de los otros. Tenemos que ofrecer nuevamente nuestros cuerpos, que es el medio por|para el cual se manifiesta externamente nuestra vida, a morir al pecado, porque únicamente de esta manera podemos ser unos instrumento que lleven a cabo la voluntad de Dios. Eso involucra a nuestra voluntad regenerada que, conociendo y queriendo hacer la voluntad de Dios, puede aceptar romper el molde en que este mundo pecador nos quiere aprisionar|encarcelar, para disfrutar de una experiencia transformadora, de metamorfosis, en nuestra mente, de manera que la mente carnal se convierta en una mente espiritual conformada con la mente de Cristo (1Co 2:16b). Si primero no "discernimos" la voluntad del Señor, y la consideramos como a "buena y agradable y perfecta", será imposible ser de provecho espiritual en los otros.
Pablo, después de exhortar a los hermanos de Roma a oficiar de forma sacerdotal en propio beneficio, se dirigió a cada uno de ellos "individualmente" por indicar-lis su necesidad de tener un correcto autoconcepto. No habla de "mejorar el autoconcepto", ni de tener un "buen autoconcepto", que son las propuestas que a menudo escuchemos en nuestra sociedad; habla de tener un "autoconcepto correcto". El autoconcepto cristiano se encuentra regulado por la gracia de Dios. La gracia hace imposible que tengamos un "autoconcepto" más alto de lo que conviene tener, ya que si somos alguna cosa lo somos por|para la gracia de Dios, y no por ningún mérito propio. Pero la gracia de Dios tampoco permite que nuestro autoconcepto sea más bajo de lo que conviene, ya que la gracia de Dios nos ha hecho unas nuevas criaturas participantes de la vida divina (2Pe 1:4), y miembros de la familia de Dios (Ef 2:19; Gà 3:26). Un autoconcepto correcto quiere decir "un concepto juicioso de sí mismo", y eso es básico para entender como es debido lo que significa ser miembro del cuerpo de Cristo con una función específica, en medio de otros miembros con otras funciones específicas.
Cuando Pablo escribió a la Iglesia de Efes, en el capítulo 4, los exhortó a "andar|caminar de una manera digna de la vocación en que habéis sido llamados". Los cristianos hemos sido llamados a identificarnos con Cristo (Fl 3:10, 12-12), que incluye el hecho de conducirnos con toda humildad, mansedumbre, longanimidad y amor; y también a tener una solicitud especial para "guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". Y eso, estableciendo la centralidad de la persona y de la obra de Cristo, como la base por|para la que recibimos los dones que nos permitirán participar en la edificación de su Cuerpo.
Hemos querido recoger esta "exhortación" del apóstol Pablo, por|para evitar que entremos a considerar un tema "espiritual", sin incorporar, en la propia experiencia como cristianos, laso santas verdades que Dios ha tenido a bien dejarnos en su santa Palabra para experimentarlas; dado que únicamente incorporándolas podremos vivir y manifestar lo que verdaderamente es la Iglesia de Dios, y eso en la comunión de la Iglesia local.
PRINCIPIOS GENERALES
Significado de la palabra don
La palabra que encontramos transcrita en nuestras biblias como don, traduce diferentes palabras griegas que refieren a aspectos diferentes.
Uno de ellos es la palabra griega doma, que habla tanto de la acción de dar como de la cosa dada. Ésta palabra se ha traducido a Efesios por "dones" (Ef 4:8), con el significado de "buenas dádivas", que es como se traduce la misma palabra en los Evangelios (Mt 7:11; Lc 11:13), y a Filipenses por "dádivas" (Fil 4:17).
Otra palabra es doron, que indica un presente que no siempre es gratuito, ni desprovisto de una cognotació de recompensa (Mt 2:11 comp. Ap 11:10).
Otro es doreà, que acentúa su carácter de gratuidad, y, en el Nuevo Testamento, siempre se refiere a un don espiritual o sobrenatural (Ef 3:7).
Otro es dosis, que habla de aquello que Dios da, como poseedor de todas las cosas (Fil 4:15; Stg 1:17).
Otro, seguramente el más conocido, es carisma, un don de gracia: ésta es la palabra que nos interesa en este contexto. Se utiliza en el Nuevo Testamento para hablar:
  • del don de la vida eterna (Rm 6:23 comp. 5:15).
  • de los dones que Dios dio a Israel (Rm 11:29).
  • del don de quedar soltero o casado (1Co 7:7).
  • del don como respuesta a la plegaria (2Co 1.11).
  • de los dones espirituales dados a los creyentes para servicio: hablando de ellos de manera general (1Co 12:4, 31; 1Pe 4:10); o de una manera particular hablando del don de curaciones (1Co 12:9. 28, 30), y de evangelista (1Tm 4:14; 2Tm 1:6

Un Cuerpo, muchos miembros, y diferentes funciones (Ro 12:4-8)
Una de las figuras que ilustran lo que es la Iglesia es la de un cuerpo humano. El cuerpo humano es una realidad bastante compleja, pero la Escritura la presenta de una manera sencilla, excesivamente sencilla, dirían algunos.
La verdad es que las realidades espirituales nos son presentadas en las Escrituras como realidades sencillas, aunque esconden una complejidad que supera nuestra comprensión. Parecería que Dios quiere que nos demos cuenta de su simplicidad, y que dejemos su complejidad en sus manos. Lo cierto es que los "cristianos" a menudo hacemos complejo lo que se nos presenta de una manera sencilla, y una de las cosas que tenemos especial tendencia a hacer compleja es lo que tiene relación con la organización de la Iglesia.
La figura aquí incluye tres ideas bien sencillas: un cuerpo, muchos miembros, diferentes funciones. Éstas hablan de unidad, diversidad en la unidad, y funcionalidad. No tenemos que entrar más a fondo en la figura de lo que Dios quiere que penetramos bajo la indicación del escritor sagrado.
La figura se centra en "un cuerpo", como una realidad cumplida y suficiente en ella misma; y se hace corresponder con los cristianos siendo "un cuerpo Cristo". Todos los cristianos somos una sola realidad, y ésta es una realidad corporativa, integrada, cumplida y suficiente. No se puede desintegrar, ya que su desintegración haría que el cuerpo quedara incompleto, y que la parte separada se muriera. Es una unidad vital interrelacionada, bajo una dirección centralizada y única, que es la de la cabeza.
A pesar de formar una unidad vital, está constituido por partes funcionales identificables, que siempre actúan en dependencia e interacción con las otras partes y con el todo. Estas partes, llamadas "miembros", son muchas, aunque dado que actúan en la unidad del cuerpo no siempre tenemos conciencia de su multiplicidad. El cuerpo, no sería cuerpo sin ellas, ni ellas tendrían existencia fuera de la unidad del cuerpo. La Iglesia, a pesar de ser una unidad vital, está formada por muchas partes, por muchas personas, pero ningún cristiano independientemente es Iglesia, los cristianos somos Iglesia debido a nuestra unidad vital en el Cuerpo de Cristo. Es en Cristo que uno se puede convertir en Iglesia, como parte de ella; pero no se puede vivir esta realidad fuera de la vinculación con Cristo, que equivale a decir con la vinculación al Cuerpo de Cristo.
Sin embargo, el cierto es que en el cuerpo humano cada miembro no ocupa un lugar sin más. Cada "miembro", como parte, ocupa un lugar concreto y permanente en el Cuerpo, como dice Pablo: "Mas ahora Dios ha colocado los miembros, cada uno de ellos en el cuerpo, como quiso" (1Co 12:18). Esta posición dentro del cuerpo tiene como objetivo llevar a cabo una función específica y necesaria para el desarrollo normal de la vida del cuerpo. Si un miembro queda afectado por cualquier razón, su función queda alterada y todo el cuerpo se resiente. El cristiano forma parte del Cuerpo de Cristo, pero su existencia y su posición en el Cuerpo de la Iglesia es para llevar a cabo una función bien definida, y diferente de las de los otros. Eso es definido por el Apóstol como "diferentes dones" que son regalos de gracia que el Señor nos ha dado. Es un hecho importante, pero no tenemos que olvidar que es producto de la gracia de Dios.
La figura es sencilla, y la tenemos que tomar con la sencillez que nos es presentada. Pero no la podemos parcializar, olvidando ninguno de los tres aspectos que nos presenta: un solo cuerpo, formado por muchos miembros, con funciones definidas y diferenciadas, para beneficio del Cuerpo como un todo.


La gracia de Dios hace útil la pertenencia de todo redimido al Cuerpo de Cristo (Ef 4:7-18)
La palabra don en Efesios 4:7 a 18 traduce diferentes palabras griegas, que enfatizan diversos aspectos, en un contexto de gracia.
En primer lugar, se habla de una experiencia individual de cada cristiano, que, a pesar de ser personal, es común a todos los redimidos. Cristo nos ha dado a cada uno de nosotros un don de gracia, o sea un lugar con una función concreta dentro del Cuerpo de Cristo, y la gracia que hace falta para llevar a cabo esta función.
Pero acto seguido presenta a ciertas personas con una función concreta en el Cuerpo de Cristo, como dones a los hombres en general, y a la comunidad de redimidos que forman la Iglesia en particular.
Cada renacido recibe un don de gracia, pero a la vez se convierte él mismo, en su función dentro de la Iglesia, en un don de Dios a los demás.
Este hecho se debe a que la función que llevan a cabo es la de trabajar en el perfeccionamiento de todos los otros miembros, presentados aquí como "santos". Este perfeccionamiento de los santos les permitirá a éstos poder trabajar sirviendo al resto de los miembros, y colaborando con el Espíritu Santo en la edificación de la realidad corporativa que es el Cuerpo de Cristo.
El texto habla de la expresión local visible de la realidad del Cuerpo de Cristo, hecho que se concreta en el seno de la Iglesia local. Es una tarea que únicamente Dios puede llevar a cabo, pero que quiere hacerlo por medio de aquéllos que ha redimido, capacitado y enviado para que se lleve a cabo. Es la gracia de Dios en acción, en la vida de los hombres y mujeres pecadores, para redimirnos, y en los redimidos para hacer que nuestras vidas de redimidos sean en la tierra de provecho a los otros y para la gloria de Dios

El reparto lo hace Dios, no es elección nuestra (1Co 12)
Los regalos de la gracia Divina nunca los recibimos debido a nuestros propios méritos, pues así no sería una gracia, sino un salario.
Los tesoros de Dios son ilimitados, y entre estos tesoros hay algunos que en su gracia quieren repartirnos a los redimidos para que podamos ocupar un lugar de provecho en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
El Dios uno, se manifiesta en Trinidad, para presentar una acción común proveyendo para las diferentes necesidades.

Los "repartos" de Dios trino y uno (vv. 4-11)
Bajo el principio de unidad y diversidad, Pablo presenta al Dios trino y uno en una acción de "reparto" de las sus gracias a los salvados como Cuerpo de Cristo.
La palabra reparto únicamente la encontramos tres veces en el Nuevo Testamento, y está en este contexto. El verbo del que proviene este nombre lo encontramos dos veces en el Nuevo Testamento, uno en este contexto, en el versículo 11, y otro en el Evangelio según Lucas, donde se describe la acción del padre de la parábola del hijo pródigo como "repartir" sus bienes, distribuirlos. Implica hacer partes de una misma cosa, y dar cada una de estas partes a una persona diferente.
Aquello que Dios distribuye entre los creyentes, como miembros del Cuerpo de Cristo, se identifica con tres palabras: dones, ministerios y operaciones. Aunque el personaje central aquí es el Espíritu Santo, el apóstol recuerda que todo aquello que se presenta como una actividad de una de las tres Personas de la Trinidad, lo es también de las otras dos: el Dios Trino siempre actúa en unidad, nunca una Persona actúa independientemente de las otras.
Lo primero que el Dios trino distribuye entre los renacidos son "dones", jarismatón, regalos de la gracia Divina que cada uno recibe individualmente, pero que, aunque son diferentes, el Espíritu que los da y que los gobierna es el mismo: el Espíritu de Dios. Son capacidades que el Espíritu entrega a cada uno de manera soberana, pero aun así tienen un origen común, el Espíritu, quien las gobierna.
El segundo son "ministerios", diakonion, que los distribuye el mismo Dios, pero que se llevan a cabo bajo su gobierno; por eso el Señor se presenta como el que los controla y a quien hay que dar cuentas. Las capacidades de gracia, los dones, se concretan prácticamente en diferentes áreas de servicio, de ministerio, recibidas por el mismo Dios que nos ha dado esas capacidades, y bajo las cuales los tenemos que llevar a cabo. Los servicios o ministerios que cada uno recibe, están en relación con los "dones" con que hemos sido agraciados.
El tercero son "operaciones", energematon, y habla de actividades, trabajos concretos que corresponden a los servicios que hemos recibido, y que son identificados como "obras" Divinas, aunque sean diferentes las personas que las lleven a término.
Lo que hemos visto nos permite ver la correspondencia bidireccional que hay entre dones, ministerios y operaciones:
dones <–> ministerios <–> operaciones
Estos "repartos" que el Espíritu da a cada uno –que incluye dones, ministerios y operaciones– son maneras cómo el Espíritu Santo se manifiesta en la Iglesia y en el mundo. Y, dado que todo lo que hace Dios tiene un propósito claro, éste queda expresado con las palabras: "para provecho" (v. 7).
La centralidad del Espíritu en todo se ejemplifica en los versículos 8 a 10, donde destacan tres palabras: "a éste", "a otros", "el mismo Espíritu".
Concluimos esta sección recordando que todo eso es una acción soberana de la voluntad Divina; que queda claramente expresado en el nuestros texto, que afirma que "todas estas cosas obra uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno cómo quiere" (v. 11).

Los repartos individuales se tienen que considerar en la realidad del Cuerpo de Cristo (vv. 12-30)
Pablo utiliza en la escribir a los corintios la misma figura y verdad que utilizará cuando escriba sobre el tema a la Iglesia de Roma (Rm 12): un cuerpo, muchos miembros, Cristo.
Primero de todo, hay que establecer las bases de esta pertenencia al Cuerpo, y lo hace diciendo que hemos sido bautizados por un Espíritu en un cuerpo, y que hemos bebido de un Espíritu. Ésta es una experiencia de gracia que todo cristiano verdadero ha conocido en el momento de creer para salvación.
Acto seguido, hay que recordar que el Cuerpo tampoco es un solo miembro, que incluye una multiplicidad de "miembros" (v. 14).
Es la distinción que existe entre los miembros lo que confirma su pertenencia al Cuerpo; nunca puede ser un motivo de exclusión. Y eso que queda tan claro en la figura, es lo que tanto nos cuesta entender a los cristianos en la práctica: no aceptando nuestra diferencia, y queriendo ser aquello que no somos en el Cuerpo. Eso da lugar a dos hechos muy graves para la vida de la Iglesia: la insatisfacción con lo que somos, y la envidia del otro (vv. 15-16).
La distinción es lo que permite la existencia del Cuerpo, y ésta no es arbitraría ni cuestionable, la ha hecho a Dios mismo. Dios no hace nada arbitrariamente, de manera caprichosa, lo hace todo en el ejercicio de sus atributos, por eso tampoco puede cuestionarse. Él nos ha hecho un miembro concreto y nos ha capacidad para llevar a cabo la función de este miembro. Aquello que es cuestionable es querer hacer aquello que no podemos: por falta de condición y de capacidades (vv. 17-19).
El hecho es que cada cristiano-miembro somos dependientes de los otros cristianos-miembros para atender a nuestras necesidades, para poder funcionar, y para poder hacerlo de manera provechosa; es por eso que interactuamos los unos con los otros. No podemos decir, ni se nos puede decir: "No te necesito". Hemos de tener cuidado los unos de los otros. Hemos de entender que el padecimiento y la honra de uno afecta a los otros, hasta hacernos sufrir o alegrarnos a nosotros también (vv. 20-26).

Conclusión (vv. 27-30)
Para concluir este apartado, nos centraremos en el versículo 27, que dice: "Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte", y dejaremos para más adelante la consideración de la lista de dones que Pablo da en la sección final de este capítulo doce. Es la conclusión a la que Pablo quería llevar a los corintios, y el Señor nos quiere llevar a nosotros, recogiendo todo lo que se ha dicho a lo largo del capítulo.
Estas dos verdades las tenemos que incorporar a nuestra manera de pensar y entender las cosas, para poder vivir vidas cristianas plenas y provechosas, y dejar que los otros también las vivan. Hace falta que tengamos conciencia, y experiencia de que nosotros, yo y los otros, somos "Cuerpo de Cristo"; por nuestra vinculación con Cristo somos Cuerpo, somos Iglesia, somos una unidad vital. Hace falta que tomemos conciencia, y experiencia, de que nosotros, yo y los otros, somos miembros, somos una parte del "cuerpo de Cristo" y no el todo, que estamos vinculados, que tenemos una función específica a llevar a cabo para provecho de los otros, que somos interdependientes. La comprensión y experiencia de estos dos hechos lo puede cambiar todo, sin eso no hay solución auténtica para el estado actual de la Iglesia de los redimidos sobre la tierra, que a menudo se encuentra muy lejos de esta realidad.

La necesidad de ejercer los dones en amor (1Co 13)
Pablo indica en el capítulo trece de su primera epístola a los Corintios que el ejercicio de los dones se tiene que llevar a cabo por amor, y explica lo que quiere decir con esta expresión.
Describe el tipo de amor del que les habla, dado que entonces como ahora hay diferentes interpretaciones sobre lo que eso quiere decir. Los rasgos distintivos que da del amor deja claro que está hablando del amor de Dios, aquel amor que el Espíritu Santo derramó en nuestros corazones (Rm 5:5). Su descripción abarca lo que es, lo que no es, como actúa, como reacciona, lo que busca –y mucho más–; y finaliza con la afirmación que nunca deja de ser.
Todo eso nos muestra que hemos de tener presente dos cosas en el ejercicio de los dones. En primer lugar, que si uno pudiera manifestar los dones más espectaculares –aquéllos que los corintios valoraban más– sin estar motivado por el amor a Dios y a los otros, algo imposible, este hecho se convertiría en inútil, sin ningún valor. En segundo lugar, que el amor que nos tiene que mover a ejercer los dones que hemos recibido tiene que ser el amor de Dios, aquél que el Espíritu Santo derramó nuestros corazones, y que ha de tener los rasgos que Pablo menciona en este capítulo.
Sin embargo, estas cosas no las habían tenido presente la mayoría de los hermanos en Corinto en el momento de ejercer sus dones; por eso, mientras enfatizaban la importancia del ejercicio de los dones espirituales, manifestaban una falta de amor extremo hacia los hermanos más necesitados.

La necesidad de ejercer los dones “para edificación” y “en orden (1Co 14)
Ha quedado claro que la base sobre la que se tienen que ejercer los dones es la del amor, el amor de Dios; ahora, pues, podemos considerar el hecho de que estos dones se tienen que manifestar con un propósito, tienen que abarcar objetivos concretos, de los que también habla Pablo a los corintios, en el capítulo catorce.
Los cristianos de Corinto ejercían los dones, mayoritariamente, con el objetivo de sentirse satisfechos. Consideraban necesario para los otros que ellos manifestaran públicamente sus dones, y que si alguien lo quería impedir atentaban contra su libertad. No podía ser que los otros se perdieran el beneficio de su actuación.
"Que todas las cosas sean para edificación"
Pablo no deja lugar a ninguna duda, dice claramente que el objetivo del ejercicio de los dones es la edificación. La palabra edificación, oikodemo, habla de construir un edificio, una vez se han puesto los fundamentos.
La edificación es la respuesta coherente a la motivación correcta, al ejercicio de los dones por amor, dado que el amor edifica (1Co 8:1). La base de actuación de un cristiano no puede ser legalista, centrándose únicamente en lo que está permitido y lo que no; se tiene que conformar en una norma superior a la de aquello que está permitido, es la norma que dice que hemos que condicionar lo que podemos hacer, el que nos es permitido, a lo que es provechoso, aquello que edifica (1Co 10:23b).
Llama la atención que Pablo tenga que distinguir entre la autoedificación y la edificación de la Iglesia, en el versículo cuatro. Los corintios tampoco habían entendido que los dones espirituales tenían el objetivo de edificar a los otros, a la Iglesia, y no la propia edificación. Les eran de edificación personal únicamente de una manera indirecta, por la necesidad de ejercerlos en las condiciones espirituales adecuadas, y en la medida que la edificación del otro lo llevaba a ejercer su don al resto de la Iglesia, beneficiándose el primero.
Pablo habla repetidamente de ejercer los dones para la edificación de los otros, de la Iglesia, a lo largo de todo el capítulo:
  • "... para que la iglesia tome edificación" (v. 5).
  • "... ¿ qué os aprovecharé ...? (v. 6).
  • "... ser excelentes para la edificación de la iglesia" (v. 12).
  • "... mi entendimiento es sin fruto" (v. 14).
  • "... bien haces gracias; más el otro no es edificado" (v. 17 comparar con 1Co 10:23).
  • "... en la iglesia más quiero hablar cinco palabras con mi sentido, para que enseñe también a los otros..." (v. 19).
  • "... hágase todo para edificación" (v. 26).
El apóstol deja claro que todas aquellas actuaciones que no tienen el objetivo de edificar a los otros tienen que ser dejadas de lado en las reuniones de la iglesia: el hablar en lenguas sin provecho (v. 6); cuándo el oyente no puede entender lo que se habla, ya que si no se pronuncian palabras inteligibles es como hablar al aire (v. 9); y dar gracias sin que el otro lo entienda, y pueda decir "amén" (v. 16). Dejar de tener todo eso en cuenta, es evidencia de presunción y falta de madurez (v. 20), y si un incrédulo que viene a una reunión ve eso se marcharía sin beneficio espiritual, a más de creer que los creyentes son un grupo de locos (vv. 23-25).

"Hágase todo decentemente y con orden"
Llegamos al fin de este capítulo, después de haber considerado que lo que tiene que mover a todo creyente al ejercicio de sus dones ha de ser el amor a Dios y a los hermanos, y que el objetivo tiene que ser su edificación, la del Cuerpo. Ahora consideraremos un tercer hecho importante que hay que tener presente también al ejercer los dones: "Hágase todo decentemente y con orden" (v. 40). Algo que nos habla de la forma como se tienen que ejercer en público.
Pablo dice, en primer lugar, que se tienen que ejercer decentemente, o sea, con corrección en las maneras. Las otras dos veces que encontramos el mismo adverbio en el Nuevo Testamento se ha traducido "honestamente" (Rm 13;13; 1Ts 4:12). El hecho que Pablo lo diga a los corintios evidencia que era un rasgo que no siempre estaba presente en sus reuniones, aunque nos parezca que se tendría que dar por supuesto. Muchas veces la apelación a la libertad cristiana no es otra cosa que una manera de encubrir una actuación que ni entre los incrédulos se podría considerar como correcta. Teniendo presente esto, es que se prohibe ciertas actuaciones de las mujeres casadas en las reuniones (vv. 34-35).
También dice que se han de ejercer con orden, o sea, haciendo las cosas siguiendo un arreglo determinado, una cosa detrás de la otra. Es una manera de decir que la manera de conducirse de los cristianos en la reunión no podía ser anárquica, dónde cada uno hiciera lo que quisiera y cuándo quisiera. Es cierto que la libertad del Espíritu hace imposible que una reunión cristiana siga un "orden litúrgico", pero también es cierto que la libertad del Espíritu se manifiesta bajo la supervisión de los hermanos que el mismo Espíritu ha provisto (Rm 12:8).
Pablo conoce lo que sucede en las reuniones de la Iglesia de Corinto, por eso les da ciertas instrucciones precisas que permitirán que todo se lleve a cabo como el orden debido, y sin impedir la libre participación de los hermanos y hermanas según los dones que han recibido.
Lo primero que observamos es que Pablo pone límites al ejercicio de los dones en las reuniones. Límites en las participaciones, dos o tres; límites en el tiempo, el primero guarde silencio; y límites en el uso de la palabra, por turno, y la necesidad que alguien interprete en el caso de las lenguas, ya que de otra manera también se tendría que guardar silencio.
Lo segundo que observamos es que la participación tenía que ser ordenada en el sentido básico, uno por uno. ¿Quiere decir que todos hablaban al mismo tiempo? Al menos parece que hablaba más de uno al mismo tiempo, y eso hacía que aquello pareciera una olla de grillos.
Lo tercero, es que las aportaciones tenían que estar bajo el examen del resto de los presentes, que tenían que ejercer una acción discernidora, con la consecuente aprobación, puntualización o corrección de los otros.
Toda una serie de indicaciones claras, de principios generales, que tenían que permitir el ejercicio de los dones espirituales según las condiciones establecidas por el Señor, con un propósito benéfico para cada creyente, de una manera particular, y para toda la Iglesia, de una manera colectiva, corporativa. Dios sería así glorificado, y su Iglesia edificada.

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